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Te propongo reflexionar sobre dos fechas. La primera es 1440: fue el año aproximado en el que Gutenberg inventa la imprenta. La segunda, 2022: fue el año en el que OpenAI lanzó ChatGPT, la tecnología capaz de generar lenguaje, que para enero de 2023 ya tenía más de 100 millones de usuarios. El mundo no fue y no es el mismo antes y después de esas dos fechas.
Cuando apareció la imprenta, leer y escribir estaba restringido a unos pocos. La invención de la prensa hizo posible la producción masiva de textos y libros. Cualquiera podía tener acceso al conocimiento. Hoy ChatGPT hace posible que cualquiera pueda escribir un texto relativamente técnico o que alguien que no es programador pueda desarrollar código. Simplemente hay que hacer las preguntas adecuadas o enviar los comandos o prompts correctos.
Sin embargo, tanto la democratización del siglo XV del acceso al conocimiento como la que vivimos hoy de potenciar nuestra capacidad creativa son puramente teóricas.
¿Qué quiero decir? Que la imprenta generó una transformación que hizo teóricamente posible el acceso de todos y todas a los libros y el conocimiento. Y que eso debería haber sido bueno en términos de equidad. Pero la realidad es que hoy, en el siglo XXI, casi 600 años después, el 70% de los niños de 10 años en el mundo no saben leer. La mitad de los jóvenes de 15 años de América Latina y el Caribe no entienden un texto que leen con lo cual siguen sin poder acceder a ese acervo de conocimiento disponible gracias a la imprenta.
https://www.youtube.com/embed/Vnf82ldQA6A?feature=oembedEsta presentación fue desarrollada para el webinar “ChatGPT, perspectivas y alcances para la educación en América Latina y el Caribe”, organizado por UNESCO.
¿Qué es lo que hace ChatGPT que no hacían otras tecnologías?
ChatGPT forma parte de lo que se llama inteligencia artificial generativa. Se trata de una herramienta conversacional y a diferencia de otro tipo de IA, no sólo predice, sino que es capaz de generar contenido nuevo y original a partir de patrones en datos existentes.
Lo que nos asusta es que hasta hace poco decíamos que el trabajo especializado, rutinario, repetitivo, predictivo, que requería de la acumulación de información y datos y seguir instrucciones era fácilmente automatizable. Eran funciones que hacían mejor los robots que nosotros.
También decíamos que para blindar a la gente en el mercado laboral había que formarla para todas aquellas tareas y ocupaciones en las que el humano era superior a la maquina: generar conexiones entre conceptos que no habían sido relacionados antes; habilidades que permiten enfrentarse a situaciones que no se podían predecir; que nos permiten usar y entender nuestras emociones para resolver problemas; o para crear y generar nuevas ideas. La IA generativa rompió esa barrera.
La otra amenaza es que los cambios ya no son lineales, son exponenciales. Con cada avance tecnológico se acelera la depreciación y obsolescencia de las habilidades en el mercado.
OpenAI realizó un estudio del potencial de automatización en 1016 ocupaciones en Estados Unidos. El estudio consideraba una ocupación automatizable cuando la tecnología lograba entregar la misma calidad, reduciendo al menos a la mitad el tiempo de realización. El resultado: la IA podría hacer el 10% de las tareas del 80% de la gente.
La pregunta clave que tenemos que hacernos como sociedad es: ¿cuáles son las condiciones necesarias para sacar lo mejor de la automatización, para que este salto tecnológico represente también un salto en bienestar que no deje excluidos? La realidad es que el poder transformador de la prensa en el siglo XV y hoy el de la inteligencia artificial solo son accesibles a unos pocos.
¿Por qué digo esto? Porque la calidad del resultado que genera ChatGPT u otras herramientas basadas en IA (MusicLM, GitHub Copilot, DALL-E) depende de la calidad de los captions, commands o prompts que el humano ingresa en el sistema.
Esto es lo que puede generar asimetrías e inequidades en el uso y aprovechamiento de la IA: como en cualquier conversación, la calidad de las respuestas depende de la calidad de las preguntas; la calidad del diálogo depende de la calidad de los tertulianos.
Curiosamente cuando le preguntaron en una entrevista reciente a Mira Murati la chief technology officer de OpenAI qué tipo de soluciones puede aportar ChatGPT, la primera cosa que mencionó fue la educación: “tiene el potencial de revolucionar la forma en la que aprendemos”, a través de la personalización.
La tecnología puede, efectivamente, apoyar en la tarea de resolver la gran crisis de aprendizaje que enfrenta América Latina y el Caribe.
Por ejemplo, para resolver el desafío de la alfabetización funcional, Brasil desarrolló el Programa de Habilidades de Escritura Letrus, que utiliza una plataforma de inteligencia artificial para apoyar el desarrollo de la escritura de los estudiantes en portugués. La plataforma corrige las pruebas escritas de los alumnos y proporciona retroalimentación inmediata a través de un algoritmo de Evaluación Automática de Escritura. Con esa información, los ensayos son luego evaluados por profesores humanos que son los que ponen la calificación.
Desde el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estamos apoyando a los países de la región a incorporar el uso de la inteligencia artificial para mejorar los procesos educativos y de aprendizaje:
En suma, el problema no se llama ChatGPT; el problema no es la tecnología. El problema es la baja calidad y la alta inequidad de nuestros sistemas educativos y de formación.
Los avances tecnológicos tienen que venir acompañados de mecanismos de redistribución para que las mejoras puedan beneficiar a todos. Y la educación es la herramienta por excelencia que tenemos como sociedad para redistribuir y posibilitar el acceso de todos a esos beneficios.
¿Qué piensas sobre el avance de la tecnología como ChatGPT u otras iniciativas de inteligencia artificial? ¿Qué impacto crees que tiene la inequidad en la educación? ¡Déjanos tu comentario!